La otra cara de la ciudadanía

Edna Jaime

No puede haber una comunidad pujante y una ciudadanía plena, si sólo unos cuantos se hacen cargo de las obligaciones que son de todos.

En estas semanas de campañas políticas hemos escuchado promesas y compromisos por parte de los candidatos y también exigencias de lo más variado por parte de los ciudadanos. Entre lo uno y lo otro estamos llenando pliegos enormes con demandas que queremos que el Estado mexicano responda. El problema es que no tiene con qué.

La recaudación no petrolera en el país es bajísima y al parecer no estamos dispuestos a pagar más impuestos o cambiar la estructura de la recaudación. En pocas palabras, queremos un Estado como el sueco o el finlandés, pero seguir pagando impuestos como mexicanos. Y pues así las cuentas no salen.

Y más nos vale que atemperemos nuestras expectativas sobre lo que el Estado mexicano realmente puede proveer con los ingresos que recauda, antes de querer saltarnos las trancas de la restricción financiera y jugar a que podemos gastar de más sin que haya consecuencias. Si nuestra propia historia no es suficientemente aleccionadora, tenemos la de Grecia y otros tantos países que sufren la cruda después del festín.

Ciertamente nuestros gobiernos gastan mal y eso ya está documentado por instancias variadas como la Auditoría Superior de la Federación, Coneval, así como por otras organizaciones académicas y de análisis.

Es un hecho que deberíamos tener retornos más altos por lo que hoy se gasta e invierte. Y no podemos quitar el dedo del renglón de los cambios requeridos para mejorar la eficiencia y calidad de nuestro gasto. Porque no queremos poner más dinero en manos de gobiernos que lo dilapidan o se lo embolsan.

Pero también debemos reconocer que estamos exigiendo beneficios que no hay cómo financiar. Queremos un aparato de justicia como el  de las democracias desarrolladas,  resarcimiento monetario para ellas, cobertura universal en salud y en general un sistema de protección social universal, internet y acceso a banda ancha como uno más de nuestros derechos humanos. Uff, éstas son apenas algunas de las muchas demandas vertidas por grupos ciudadanos en las últimas semanas. De lo único que no se ha discutido es de cómo financiarlas. Y muchos de nosotros no nos sentimos implicados en esta parte de la ecuación. La célebre frase de que no hay pago de impuestos sin representación debería tener un sutil ajuste en nuestro contexto: no deberíamos sentirnos con tanto derecho a exigir si no cumplimos con nuestra obligación: el pago de la contribución.

El ambiente de campañas políticas es proclive al fomento de esta desconexión entre el dar y el recibir. Los candidatos han sido vocales y generosos con los planteamientos a los que se comprometen públicamente. Ni una sola mención a cómo financiarlos.

México Evalúa inició el ejercicio de cuantificar con pesos y centavos algunos de los compromisos expuestos. Por ser el puntero,  arrancó con Enrique Peña Nieto.

Como lo hizo en el Estado de México, el candidato ha venido firmando sus compromisos ante notario. En su página de internet éstos se exponen con orden y sistematización, lo que facilitó nuestra tarea.

Para el resto de los candidatos, realizar el análisis está resultando más complicado porque las promesas son más difusas, menos asibles. No obstante, aunque imperfecta, haremos la misma evaluación.

El candidato del PRI se compromete a cosas grandes y su oferta incluye de todo: becas, pensiones, obra pública y más aparato burocrático.  Para mayo, acumulaba ya 83 compromisos firmados. En un cálculo muy conservador, en el que se incluyen sólo los compromisos que tienen un carácter nacional, estimamos que estas promesas implicarían un incremento de alrededor de nueve por ciento al presupuesto aprobado en 2012  (mexevalua.blogspot.mx).

Independientemente del valor que estas obras puedan generar para la economía nacional o para los mexicanos, el hecho de financiar estos proyectos  implicaría un esfuerzo recaudatorio mayor. Sin embargo, no hay un planteamiento que vincule gasto con financiamiento. En épocas electorales sería un anatema. El hecho es que ciudadanos y políticos engordamos las tareas que el gobierno mexicano tiene que realizar, pero nadie se quiere hacer cargo de pagar los costos que implica.

En estos momentos en que presumimos que en el país se da un despertar ciudadano, deberíamos hacernos cargo también de las obligaciones que son nuestras. Asumir nuestra ciudadanía en todos sus frentes, lo que implica también pagar impuestos y hacerlo bajo esquemas eficientes, equitativos que no desincentiven ni la producción  ni la inversión.

Es hora de plantear y avanzar la reforma fiscal que el país necesita. Y en su esencia esta reforma debe incluirnos a todos. No puede haber una relación sana ciudadano-autoridad, si esta premisa no se cumple. No puede haber una comunidad pujante y una ciudadanía plena, si sólo unos cuantos se hacen cargo de las obligaciones que son de todos. Una ciudadanía asumida  de esta manera nos llevaría casi en automático a velar por el uso de recursos, a exigir cuentas y a vincular promesas y desempeño con nuestros propios bolsillos. De lograrlo, nos habremos graduado como sociedad.