Y después de la salida de Aguirre, ¿qué?

Edna Jaime

Los instrumentos de la llamada estrategia de seguridad no están dirigidos a atender problemas estructurales de debilidad de las instituciones del Estado, a comprender dinámicas locales, a encontrar oportunidades de reconstrucción social y política ahí donde están colapsadas.

Ángel Aguirre tiene las horas contadas como gobernador de su estado. Aunque con uñas se aferre a su silla, es un político sin vida. Solamente en el cálculo distorsionado de alguien obsesionado con el poder, es que pude suponer que puede sobrevivir Ayotzinapa. La salida de Aguirre por renuncia o por el recurso extremo de la desaparición de poderes, no soluciona el problema. Suponerlo es tan ingenuo como creer que el problema es sólo de un hombre o un partido.

La pregunta relevante es qué hacer después de Aguirre. Y me parece que no hay una respuesta sencilla. Un referente cercano es Michoacán. En la entidad hubo una desaparición de Poderes de facto y la designación de un agente del gobierno federal con autoridades plenas para despachar en aquella región.

Es difícil hacer un balance de lo que ocurre actualmente en esa entidad. Tenemos información fragmentada y poca que no nos permite comprender cuál es el proyecto y, si lo hay, cómo avanza. La primera fase de la intervención, parece agotada con resultados inciertos. La pregunta es si se tienen definidos los siguientes pasos, vaya, si hay una estrategia que transcienda la etapa de contención del conflicto para pasar a la reconstrucción. Y dejar a Michoacán a cargo de quienes detentan la responsabilidad formal.

En realidad los instrumentos de la llamada estrategia de seguridad no están dirigidos a atender problemas estructurales de debilidad de las instituciones del Estado, a comprender dinámicas locales, a encontrar oportunidades de reconstrucción social y política ahí donde están colapsadas. Las líneas estratégicas de las políticas de seguridad siguen estacionadas en el mismo modelo en el que se basó la estrategia anterior: despliegues federales, embates a organizaciones criminales y esfuerzos bastante difusos y poco efectivos por crear o fortalecer instituciones de Estado ahí donde son débiles.

Guerrero muestra los límites de esta estrategia. Pero también es posible que marque un parteaguas definitivo. No puedo imaginar que después estos hechos, el gobierno mantenga una narrativa de victoria. Ni que sostenga los temas de seguridad y justicia fuera del núcleo de su proyecto sexenal.

¿Qué sigue después de la salida de Aguirre? Espero que un viraje y no la simulación. Un viraje en la estrategia que reconozca el problema cabalmente y no lo busque esconder; que implique aceptar que en el país hay nodos controlados por el crimen y mexicanos que sufren por la violencia; que hay condiciones para el escalamiento de la conflictividad social y la reproducción de la violencia y que al Estado mexicano le faltan capacidades para lidiar con todas las aristas del fenómeno.

Un viraje que reconozca que construir capacidades de Estado es de las tareas más complejas y que el camino adoptado no está dando resultados. A pesar de que llevamos años hablando de la reforma policial, de la construcción de un nuevo sistema de justicia penal, de la profesionalización de ministerios públicos y otros aspectos del cambios institucional que se requiere, nuestros avances son nimios. En realidad nadie ha apadrinado estos proyectos con convicción, pero tampoco se han decantado con suficiencia.

Por eso el viraje en la estrategia de seguridad debe enfocarse centralmente en la construcción de estas capacidades a nivel estatal y local. Buscar mecanismos que mitiguen la disfuncionalidad de nuestro arreglo federal y la falta de cooperación entre órdenes de gobierno. Debe reconocer que los espacios de coordinación formales entre instituciones y ámbitos de gobierno, como el Sistema Nacional de Seguridad Pública, y los informales, los que opera la Secretaría de Gobernación, no sirven o no son suficientes.

Lo más importante es dejar de simular que avanzamos cuando en realidad no lo hacemos, o lo hacemos a paso muy lento.

Pero también hay que reconocer, que no todo es fatalidad y que hay buenas experiencias de las cuales aprender.

Ayotzinapa fue un golpe para todos. Fue el regreso al pasado reciente, a los episodios de violencia que nos llevaron a los terrenos de la incivilidad y también nos marcaron. Ayotzinapa nos lleva al México en el que se traslapa marginación, crimen, impunidad y corrupción. El México que no podemos ignorar.

Por eso es tan importante lo que suceda cuando Aguirre se vaya. Veremos de qué talante son nuestros políticos y nuestros gobiernos.