Después de Michoacán, ¿qué nos queda?

El problema es que al gobierno federal le falta estrategia. Michoacán lo demuestra. Por eso mismo, el decálogo presidencial insiste en la transformación legislativa, porque en lo operativo todavía no hay una ruta bien trazada.

Es una mala noticia lo que sucede en La Ruana y otras regiones de Tierra Caliente en Michoacán. Lo es por distintas razones. Una importante es que revela los límites de la estrategia federal para restaurar la paz en esta región, justo cuando el gobierno federal impulsa medidas que le otorgarían facultades amplias para intervenir en zonas en conflicto. Lo que Michoacán nos presenta debe causarnos escalofríos. El gobierno local fracasa, pero parece que también lo hace el federal. ¿Qué nos queda?

En una fase temprana de la intervención federal en la región, México Evalúa publicó un documento breve que recoge los apuntes y reflexiones de un analista político que se estableció en la región en búsqueda de entendimiento de lo que ocurría en él. Se anticipaba en este ensayo que tal como estaba planteada, la intervención del gobierno federal no llegaría lejos. La razón: no había una estrategia en un sentido cabal.

El comisionado federal para Michoacán arribó a la entidad con mucho poder, pero con poca visión. Se concentró en desactivar lo más urgente del conflicto y logró en un lapso breve convocar a las principales grupos de autodefensa tras su iniciativa. El 10 de mayo de este año consiguió lo que quería: la foto con las autodefensasconvertidas en Fuerza Rural. ¿Qué falló? Desde mi perspectiva, una visión y estrategia integradora. El Comisionado no pudo dar el paso de la táctica a la estrategia y las cosas se le empezaron a descomponer. La señal de la nueva crisis es el enfrentamiento entre Hipólito Mora y El Americano. La ilusión de control se acabó. Quizá también la influencia del comisionado en el estado.

Después de esto regresamos a lo mismo. Presencia de fuerzas federales en la región para disuadir enfrentamientos entre grupos de autodefensa y entre éstos y los criminales, y contener el delito que ha repuntado. Quizá un poco más de entendimiento y más de diálogo franco con actores locales de todos los ámbitos, hubieran permitido al Comisionado concebir las piezas de la estrategia que siempre faltaron.

Michoacán resulta particularmente relevante para el país en este momento, primero, porque debemos evitar a toda costa más derramamiento de sangre. Pero también porque el país necesita una estrategia para refundar instituciones colapsadas y sentar las bases de la pacificación en las regiones más violentas. No quiero imaginar qué sucedería si se nos presenta un hecho de violencia y brutalidad como el de Ayotzinapa en los próximos días.

El problema es que al gobierno federal le falta estrategia. Michoacán lo demuestra. Por eso mismo, el decálogo presidencial insiste en la transformación legislativa, porque en lo operativo todavía no hay una ruta bien trazada. La falta de esta estrategia, o mejor dicho de una estrategia con visos de resultar exitosa, preocupa. Podemos llegar al final de esta administración sin haber resuelto, ni estar en vías de lograr, la reconstrucción institucional que el país necesita para su pacificación y para su progreso.

Michoacán merece un nuevo intento. El relevo de autoridades en las elecciones del próximo junio abre la oportunidad de legitimar la política; de renovar liderazgos; de restablecer puentes de comunicación rotos. De limpiar la política. Todos los involucrados en este proceso tienen que garantizar elecciones ejemplares. El presidente mismo y su partido tienen que poner de su parte para que así suceda. Y a quienes resulten electos, arroparlos, no ningunearlos.

Desde mi perspectiva, una nueva aproximación a Michoacán requiere del involucramiento de actores locales. Desde las autoridades legalmente constituidas, así como grupos de ciudadanos organizados que estuvieron dispuestos a poner un alto al sometimiento en que los mantenía en orden criminal. Y hay que llevar hasta sus últimas consecuencias el desmantelamiento de este orden, el de Los Templarios y sus distintas mutaciones. No basta con la captura de sus cabecillas, se requiere desmantelar la operación criminal y sus circuitos financieros y comerciales, ahora que estos grupos se han debilitado.

No todo en nuestro panorama es fracaso. Algunas plazas han recompuesto su situación de manera notable. Extrapolar experiencias puede resultar arriesgado, sobre todo porque la situación de Michoacán no se parece a nada. Es posible, sin embargo, tomar algunos comunes denominadores. Estos son gobiernos y ciudadanos activos en lo local, y una situación límite que los lleva a actuar y establecer agendas puntuales, acotadas, de regeneración institucional. El acompañamiento federal es absolutamente crucial, pero subsidiario. Los actores locales son lo central.

Parece que no hay nada más difícil que construir capacidades de Estado donde no las hay. Con el relevo de autoridades, Michoacán tiene una nueva oportunidad. Ojalá estemos a la altura.