El fiscal invisible
La Fiscalía General de la República pasó desapercibida en el operativo de captura de Ovidio Guzmán, en Culiacán. Pero no por invisible se libra de la responsabilidad.
La Fiscalía General de la República pasó desapercibida en el operativo de captura de Ovidio Guzmán, en Culiacán. Pero no por invisible se libra de la responsabilidad.
Los derechos humanos son un territorio casi sagrado. El Estado mexicano y sus instituciones deben encontrar en ellos un límite absoluto a su autoridad, esto es, no pueden hacer nada que los vulnere. Y eso hicieron en el Senado, en la elección de la titular de la CNDH.
¿Podemos confiar en que Pemex cuenta con los mecanismos de gobierno para cumplir con sus planes de manera eficiente? ¿En que el Estado mexicano, como único dueño de esta empresa, tiene los controles y mecanismos de rendición de cuentas adecuados para asegurarse que la empresa está haciendo el mejor uso de los recursos disponibles?
Sin duda es deseable un marco jurídico flexible ante una dinámica social cambiante, cercano a las necesidades de la gente y capaz de contemplar instituciones eficientes y transparentes, pero no es la panacea.
Es claro que el problema de seguridad no comenzó con este gobierno, pero Culiacán y el asesinato de la familia LeBarón evidencian que su estrategia no responde al tamaño del reto.
Como ciudadanos nos toca tomar responsabilidad para exigir respuestas efectivas contra la violencia y en la atención a las víctimas. Nuestros silencios nos hacen cómplices de lo que hoy ocurre.
Las Reglas de Operación no son sólo deseables; ni siquiera ‘importantes’. Su falta ocasiona un daño severo en el andamiaje institucional del Estado mexicano. Y a las pruebas nos remitimos.
El gobierno ha prometido un nuevo régimen, pero su actuar cada día sugiere un retorno a las prácticas más obtusas que, si bien nunca se fueron, ahora retornan con nuevos bríos y atentan contra su credibilidad.
Para pacificar al país con el menor costo de vidas humanas, lo primero que necesitamos es reconstruir el tejido de gobernanza, que está completamente roto.
Por más que el presidente pretenda que las cosas van bien, se apila la evidencia en contra y hay momentos, como el de Culiacán, que afectan a todo el país, creando escenarios mucho más complejos y preocupantes.