¿Buenas noticias?
Edna Jaime
Así como la violencia a nivel agregado muestra tasas de crecimiento decrecientes, la violencia dirigida se recrudece. En menos de un par de semanas, dos miembros prominentes del movimiento por la paz y dignidad fueron asesinados arteramente. Uno tras otro.
La violencia en el país irrumpió súbitamente y nunca entendimos por qué. En los últimos meses, las tasas de crecimiento de homicidio se han estabilizado y en algunos casos declinado y tampoco alcanzamos a explicarlo. De hecho, los comentaristas y analistas del tema anuncian este dato con tremenda cautela. Ante la imposibilidad de predecir si ésta será una tendencia sostenida, simplemente se limitan a reportan los hechos, sin juicios y todavía con débiles interpretaciones. Los encargados de la política de seguridad a nivel federal deben estar suspirando profundo. El patrón de crecimiento visto en años anteriores era insólito y tremendamente dañino y doloroso, no sólo para las víctimas sino para toda la nación.
Pero así como la violencia a nivel agregado muestra tasas de crecimiento en descenso, la violencia dirigida se recrudece. En menos de un par de semanas, dos miembros prominentes del movimiento por la paz y dignidad fueron asesinados arteramente. Uno tras otro. No conozco con profundidad sus historias personales ni el contexto particular que los llevó a participar en el movimiento y las caravanas por la paz. Lo que sí es claro es el mensaje que estas muertes nos dejan: en este país se han perdido los límites. Se puede silenciar una voz incómoda con enorme facilidad y sin consecuencias.
Mirar con cautela las nuevas tendencias de la violencia en el país es obligado porque no acabamos de entenderlas. En las plazas en las que la violencia mengua, existe una enorme incertidumbre sobre lo que vendrá en el futuro. En una reciente visita a Ciudad Juárez, recogí la impresión de que se vive una calma chicha (si es posible el uso de este término con sus todavía muy elevados números de homicidios), un interludio entre una tormenta y otra. Algunos de los juarenses con los que tuve contacto piensan que los grupos que disputan la plaza se han debilitado por la confrontación entre ellos mismos, pero también por golpes certeros a sus estructuras intermedias por parte de la autoridad federal. No obstante, no ven en la disminución de la violencia una tendencia definitiva. Están temerosos de nuevas embestidas, una vez que los grupos criminales vuelvan a pertrecharse.
Juárez vive una circunstancia particular. Luego de más de dos años de una fuerte presencia de fuerzas federales en el territorio, éstas se han retirado dejando a la ciudad al amparo de sus propias capacidades que, hay que decirlo, están apenas en construcción. La salida de las fuerzas federales sin duda forzará la marcha del proceso de fortalecimiento de sus propias instituciones de seguridad. La transición, sin embargo, es riesgosa. Por eso las expectativas son moderadas. Y por lo mismo tenemos que seguir con mucho cuidado lo que suceda en aquel lugar.
Grupos organizados de la sociedad civil en Juárez que han estado trabajando intensamente en el tema de seguridad, saben que la situación es frágil y por eso apuran a la autoridad a depurar y fortalecer policías y el sistema de justicia en la entidad. También a atender el deterioro de lo público que sin duda jugó un papel central en la detonación de la crisis que sufrieron y todavía padecen. Saben que todavía no están puestas las condiciones necesarias para que la violencia no vuelva a resurgir. Y en la misma situación se encuentran otras entidades. En algunas de ellas la violencia se atemperó no por efecto de acciones del aparato gubernamental sino por cambios en el submundo criminal. “Por el hecho de que un grupo criminal le haya ganado el control de la plaza al grupo rival”.
Disminuir la violencia resultaba un imperativo en todos los órdenes. El que se esté atemperando es una gran noticia. Pero es importante no engañarnos con los números. Salvo algunas excepciones, nuestra fragilidad institucional es ubicua y eso nos hace terriblemente vulnerables. Lo peor que nos podría suceder es interpretar mal el mensaje que los números nos ofrecen y bajar la guardia y los esfuerzos, que de por sí han sido débiles, en las tareas que tenemos que realizar para generar los instrumentos y las condiciones que nos permitan recuperar la tranquilidad. Justo ahora que la crisis es menos aguda es que hay cabida para pensar en los cambios profundos y condiciones para realizarlos con más éxito. Fortalecer a las policías y repensar los modelos para hacerlo. Darle un giro de vuelta completo a nuestro sistema de justicia y activar mecanismos de prevención efectivos ya sin experimentar. En fin, la agenda no es nueva sólo hay que actuar. La mejor indicación de que lo hacemos sería el esclarecimiento de los asesinatos de estos dos hombres y el de tantos otros que optaron por la voz antes de callar.