De militarismo y una rana hervida
David Ramírez-de-Garay (@DavidRdeG) | El Sol de México
El cambio es una constante en nuestras sociedades, pero pocas veces logramos advertir que algo se está gestando hasta que lo tenemos enfrente y ya es demasiado tarde para reaccionar.
Este fenómeno tiene un nombre: el Síndrome de la rana hervida, que deriva, en teoría, de un experimento realizado en el siglo XIX. Cualquiera puede suponer que, al poner una rana en un recipiente con agua hirviendo, ésta saltará fuera inmediatamente. El experimento proponía que, si se coloca la rana en el agua a temperatura ambiente, pero se va incrementando poco a poco la temperatura, el pobre anfibio no percibirá el cambio hasta que ya sea demasiado tarde y muera. La validez del experimento fue desechada desde hace mucho tiempo, pero su utilidad como metáfora sobre la forma en que las sociedades percibimos los cambios se mantiene.
La analogía ha sido empleada en numerosas ocasiones para ilustrar el riesgo de dejar desatendidos ciertos procesos paulatinos —como el calentamiento global— o para argumentar que los grandes cambios sólo pueden ser aceptados si se implementan con pie de plomo.
Desde sus primeros minutos de vida, la Cuarta transformación optó por usar a las Fuerzas Armadas como piedra angular de su proyecto. En la visión obradorista, la doctrina militar es el justo remedio contra la corrupción que durante sexenios se ha enquistado en las instituciones mexicanas.
El primer paso se dio al continuar y acelerar el largo proceso de militarización de la seguridad pública que ha vivido el país. Con la creación de la Guardia Nacional (que sólo tiene la etiqueta de ‘civil’, pero que está incrustada en las organizaciones militares) y con la legalización de la actuación de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública hasta que termine su sexenio, el presidente dejó en claro que gran parte de su remedio contra la inseguridad depende del ethos militar.
Por un lado, algunos sectores están normalizando lo que no queremos ver, y por otro se está tejiendo una narrativa que demerita a las instancias civiles y ensalza lo militar.
Como los problemas del país son muchos y, de acuerdo con el ideólogo mayor de la 4T, pocos los remedios disponibles, el método de elección es ‘inevitablemente’ el militar. Como resultado, el Ejército ha incrementado sus funciones en menos de dos años como quizá no había pasado en mucho tiempo. El resultado es que poco antes de terminar el primer tercio de la administración federal, las Fuerzas Armadas están involucradas en abasto de gasolina, supervisión del Tren Maya, adquisición de insumos médicos, atención de pacientes covid-19, el aeropuerto de Santa Lucía, el combate al huachicol, la edificación de sucursales del Banco del Bienestar y, recientemente, la administración de aduanas y puertos. De hecho, en estos días se estará ‘discutiendo’ en el Congreso una iniciativa que busca legalizar el control de la Marina sobre aduanas y puertos, actividad prohibida en la Constitución.
Poco a poco (pero con prisa), el presidente está ampliando el área de influencia de los militares y, por añadidura, los incentivos para no perderlos. Además del incremento presupuestal, se están ‘expropiando’ espacios civiles para entregárselos a la doctrina militar. Todo bajo una idea que carece de sustento empírico: las organizaciones militares son impermeables a la corrupción.
La implementación gradual del militarismo está en marcha. La metáfora de la rana me parece de gran utilidad para ilustrar la etapa en la que nos encontramos como país. Por un lado, algunos sectores están normalizando lo que no queremos ver, y por otro se está tejiendo una narrativa que demerita a las instancias civiles y ensalza lo militar. Todo esto en un contexto institucional donde tradicionalmente los controles y contrapesos de las actividades militares han sido débiles.
El tiempo corre y es indispensable que nos demos cuenta de que estamos en un contexto que se está volviendo poco propicio para la democracia.