Un Gobierno raro entre los raros

Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero

En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, tuve la oportunidad de moderar una mesa organizada por la OCDE, en la que participó su secretario general, José Ángel Gurría; la directora general adjunta para Ciencias Sociales y Humanas de la Unesco, Gabriela Ramos; nuestra secretaria del Trabajo y Previsión Social, Luisa María Alcalde, y Mario Cimoli, secretario ejecutivo adjunto de la CEPAL. Lo que nos convocó fue imaginar y hablar del mundo poscovid-19.

Como moderadora, tuve que mantener la neutralidad en mis participaciones. Procuré escuchar y guiar una conversación que no alcanzó a cuajar plenamente porque nos faltó tiempo. Lo que constaté, y no dudo que también lo hicieran los que nos siguieron por las plataformas digitales, fue la enorme brecha entre los planteamientos de los representantes de los organismos internacionales y lo que el Gobierno de México está haciendo. No hablo sólo de las medidas de mitigación de la crisis sanitaria y económica —que en México, desde el Gobierno federal, han sido muy limitadas—, sino también de los pilares de lo que debe ser la recuperación económica después de este mal trance.

Una de las ideas que más resonaron fue la de la necesidad de contar con un buen Gobierno. Así, simple: un Gobierno inteligente, potente y presente. Porque la noción de un Gobierno y un Estado reducidos a su mínima expresión fue derrotada desde hace tiempo y sigue vigente sólo en aquéllos que se aferran a un planteamiento ideológico, pero no práctico. Los grandes desafíos que enfrentamos requieren de políticas públicas muy bien hechas, y éstas son posibles cuando hay buenos diseñadores e implementadores detrás de ellas y una base de financiamiento suficiente no sólo para dar soporte al aparato gubernamental detrás de las políticas, sino también para garantizar los recursos que generarán los bienes públicos necesarios.

Nos quedaremos como un país en el grupo de los parias: ésos que se ven raros porque sus liderazgos son extravagantes, tanto como las políticas que adoptan.

En este aspecto, me preocupa la condición de nuestro país. Esta administración no tiene una agenda de fortalecimiento del Estado, toda una paradoja para un Gobierno que se dice de izquierda. En estos primeros dos años del sexenio hemos visto un claro desdén por el funcionamiento de instituciones clave y una proclividad a decisiones unipersonales que no pasan por el tamiz de la opinión de expertos; y peor aún, quizá: de una burocracia que debería tener experiencia en el tratamiento de ciertos asuntos públicos.

En paralelo tenemos una enorme debilidad en las finanzas públicas. Están sostenidas por los ahorros que se generaron en otros momentos, pero que se van a extinguir antes del fin de 2020 o en 2021. El Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestarios se nos acaba este año. Los fondos de protección contra gastos catastróficos de lo que se conoció como Seguro Popular es muy posible que se acaben entre 2021 y 2022. Fideicomisos públicos destinados a distintos propósitos específicos se extinguen para financiar gasto corriente. 2022 será un año de extrema dificultad, si no hay una decisión para incrementar ingresos o aumentar deuda.

En suma, cuando el Estado debería ser más fuerte, las propias decisiones del presidente lo debilitan.

Dos son los ejes que deben reorientar la política pública después de esta crisis: la inclusión y la sostenibilidad. Las grandes críticas al modelo económico vigente provienen de estas dos dimensiones: dejó fuera a muchos y usó los recursos del medio ambiente de manera intensiva, sin reparar en las consecuencias intergeneracionales. El nuevo consenso que empieza a cobrar forma tiene la misión de reparar estas deudas.

En el país, sin embargo, estamos en otro canal. En términos de gasto social, se privilegian mecanismos clientelistas de transferencias de recursos que no implican necesariamente la garantía de acceso a derechos sociales, que son la base para una mayor inclusión. Me refiero en particular a la educación y salud de calidad. La agenda de equidad de género ni siquiera existe en este Gobierno, y no se puede hablar de un esfuerzo por la inclusión si este tema no se aborda. En los asuntos medioambientales bien podríamos ser ejemplo de las peores prácticas: privilegiamos inversión en proyectos y sectores que dañan el medioambiente. Estamos bien lejos de las propuestas para retornar al mundo poscovid con nuevos bríos.

El mundo poscovid para México va a ser bien doloroso. Primero, porque haremos recuento de los daños: muchas muertes de personas que pudieron ser evitadas; muchas muertes de empresas y empleos que lamentaremos doblemente, porque no hubieran ocurrido si contáramos con programas de mitigación bien diseñados. Nos quedaremos como un país en el grupo de los parias: ésos que se ven raros porque sus liderazgos son extravagantes, tanto como las políticas que adoptan. ¡Lástima!, porque pudimos ser ejemplo de cómo lanzar una recuperación exitosa, apostando por los dos pilares para los próximos años: la agenda de la inclusión y de la sostenibilidad, ambas tan naturales para los gobiernos de izquierda, pero tan lejanas del nuestro, que se dice el primero de izquierda luego de la primera alternancia. ¡Vaya rareza la que nos tocó vivir!