Tras el virus, la reconquista del país

Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero

Un artículo de mi colega David Ramírez de Garay, publicado en Animal Político recientemente, desmonta la noción comúnmente aceptada de que crimen y crisis económica están relacionadas de manera inevitable. No es así; la evidencia no es concluyente. No obstante, hay carambolas a tres bandas. Esto es, las crisis económicas tienen impactos en el crimen pero por una vía indirecta. El artículo de David explora algunas de estas posibilidades.

Para mí una de primera importancia tiene que ver con el control de territorios, más que con las décimas o múltiplos en que pueda subir o bajar la incidencia de algunos delitos durante o después de la contingencia. El control del territorio no es un indicador que utilicemos comúnmente para medir la potencia del crimen vis a vis las instituciones del Estado. Y tendríamos que ponernos de acuerdo sobre los elementos a considerar para reconocer el fenómeno. Pero es un hecho que en un territorio controlado por el crimen la autoridad “legítima” colapsó o su fundió con el grupo criminal. Y esto puede ser identificado.

Esto viene a colación por dos cuestiones. La primera, las imágenes que circularon en días pasados, en las que se observa a grupos criminales haciendo ‘caridad’ en medio de esta contingencia, pero también poniendo a raya a los indisciplinados en ciertas comunidades que no acatan la instrucción de quedarse en casa. Sabemos que en Michoacán la Familia Michoacana primero y los Templarios después, alcanzaron tal impronta en la vida comunitaria, que llegaron a celebrar bodas, cuando no a intermediar en conflictos. Suplantaron no sólo a la autoridad civil, sino también a la religiosa.

La segunda es el trabajo de Crisis Group, la organización que interviene en zonas de alto conflicto con el afán de mitigarlo y moldear políticas públicas para la paz. El más reciente informe sobre México analiza la situación en Guerrero. Y sustenta, a través de un análisis muy bien logrado, lo que sabemos pero nos negamos a aceptar: la entidad es territorio perdido, o al menos vastas regiones de la misma. La fragmentación en el uso de la violencia es total y el sufrimiento de las poblaciones mayúsculo. Viven el desamparo.

Reitero mi propuesta: busquemos incorporar nuevos métodos de entender el fenómeno delictivo que superen la medición de incidencia, y busquen un entendimiento más profundo de las realidades de violencia y crimen en lo local, desde el territorio.

En vista de esto, mi preocupación es que la emergencia sanitaria y económica acabe por vencer las debilitadas cercas con las que el Estado mexicano busca contener a las organizaciones criminales y éstas entren por la puerta grande. Que por un efecto de tres bandas, los grupos criminales controlen más territorio.

Por un lado, el confinamiento mantiene a instituciones del Estado mexicano operando a su mínima expresión. Algunas de las actividades en los sectores de seguridad y justicia están clasificadas como esenciales, pero aun así la operación está constreñida a un esquema de guardias. Naturalmente esto deja espacios vacíos.

Por otro, están los escasos recursos. La caída en la actividad económica en este país ya está generando un merma muy considerable en los ingresos públicos esperados. No hay todavía un planteamiento en forma por parte del Ejecutivo de cómo solventar esa pérdida de ingresos, ni de cómo realizar los ajustes necesarios. Su decreto de austeridad lastima más de lo que provee a las arcas públicas. Y sin ingresos que compensen esas pérdidas, el ajuste en materia de gasto será mayúsculo y no es improbable que la seguridad, la justicia y servicios básicos se vean afectados por las nuevas restricciones. Me preocupa mucho que el Estado mexicano en sus distintas expresiones se debilite todavía más frente a esta amenaza.

Y el refilón es la propia manera en que el presidente ejerce el poder: él, por encima de cualquier institución y orden de gobierno. Esto ha debilitado profundamente lo que ya era una estructura disfuncional de gobierno en el país.

Entonces, regresando al punto de partida, al de cómo se comportará el crimen durante y después de la pandemia, la respuesta es que no sabemos con certezas. David Ramírez dice que hay que prepararnos para distintos escenarios. Yo agrego que necesitamos un viraje total en la estrategia de seguridad. Y reitero mi propuesta: busquemos incorporar nuevos métodos de entender el fenómeno delictivo que superen la medición de incidencia y busquen un entendimiento más profundo de las realidades de violencia y crimen en lo local, desde el territorio.

Si éste fuera el enfoque, el objetivo sería la recuperación de territorios perdidos. Un propósito que ayudaría articular los componentes que hoy están sueltos porque no existe la estrategia que los ate.

Ojalá que los escenarios ominosos que se nos presentan no se conjuren y que la dificultades lleven al replanteamiento de estrategias e instrumentos. Si no es así, quizá nos recuperemos de la pandemia pero habremos perdido más país.