¿Y si pensamos fuera de la caja?
Edna Jaime / El Financiero
Cuántas veces hemos escuchado a nuestros políticos y gobernantes decir frases como:
“México tiene todo para ser un país desarrollado”. “México tiene todo para ser una potencia mundial.” “México tiene todo para darle a cada persona una vida digna”. “México podría ser país de Primer Mundo, pero no somos por culpa de….” (y aquí se menciona al culpable favorito).
Pero ese “todo” que se supone que tiene México… simplemente no alcanza.
Unos nos dicen que por ineficiencias del mercado. Otros que por falta de reformas estructurales.
La visión que está por volverse oficial nos dice que es por el modelo económico seguido en los últimos 30 años.
¿Estas respuestas son suficientes?
En su más reciente libro, “Esfuerzos mal recompensados. La elusiva búsqueda de la prosperidad en México”, Santiago Levy nos dice que no. Hace falta otra cosa.
Y en su libro refuta con contundencia esas explicaciones únicas, totalizantes y reduccionistas, y lo hace de manera elegante, objetiva, académica, sin filias ni fobias ideológicas o políticas.
Levy reconoce que la gestión macroeconómica ha sido eficaz y que gracias a la estabilidad macroeconómica y al libre comercio hay avances. Pero argumenta que esto está lejos de ser suficiente para salir de la trampa del bajo crecimiento.
Santiago Levy también nos recuerda que México no ha superado la pobreza a pesar de haber invertido ya miles de millones de dólares durante muchos años en programas como el Seguro Popular y Oportunidades-Prospera. También argumenta que las exenciones a los impuestos al consumo, un tótem político, no han funcionado.
Y es que Santiago Levy tiene un mensaje simple, claro y poderoso: lo que tenemos ya no funciona.
México no va a crecer más profundizando en reformas estructurales. Y México tampoco va a crecer más profundizando en subsidios y expandiendo excepciones a las reglas, con el argumento de que los pobres lo necesitan.
Tenemos que dejar de invertir mal nuestro tiempo, dinero y esfuerzo y enfocarnos en un modelo nuevo, que permita ir a la verdadera raíz del problema del bajo crecimiento.
Esa raíz es la baja productividad.
Y lo que le da vida a la baja productividad, lo que la vuelve persistente y omnipresente es la mala asignación de recursos, situación en la que, como explica Levy hace que:
Aunque una persona trabaje más horas, no gane mejor.
Aunque una empresa invierta más, no produzca más o mejor.
Aunque el gobierno provea educación o aumente sus inversiones en infraestructura, la economía no aumenta su productividad.
Aunque los empresarios, los trabajadores y el gobierno hagan más por el crecimiento, el entorno institucional permite que la ilegalidad sea la norma.
En otras palabras, se asignan demasiados recursos a empresas con contratos asalariados ilegales y no asalariados y a empresas con poca productividad; el resultado es que las empresas improductivas sobreviven, mientras que las productivas mueren y si logran subsistir, éstas se mantienen con un bajo crecimiento.
Así, la actividad económica está pulverizada en empresas pequeñas y autoempleo.
La solución parece evidente: hagamos que la economía asigne bien sus recursos. Pero ¿cómo se logra eso? Esa es la titánica tarea que se dio a sí mismo Santiago Levy. Ofrecer una propuesta para lograrlo.
Santiago Levy nos señala los principales obstáculos para que México salga adelante.
No es la falta de recursos naturales, financieros o humanos. Los principales obstáculos están en nuestras ideas y en cómo nos organizamos.
Cuando las ideas se vuelven política pública, y cuando la política pública se vuelve dogma, y cuando el dogma se vuelve ley, es muy difícil cambiar el rumbo del país.
Ahí está la mayor contribución de Santiago Levy y su libro: cuestionar dogmas. Atreverse a pensar en nuevos escenarios y paradigmas para México.
Y ver, en el enorme desafío de la búsqueda de la prosperidad, la oportunidad para nuestro país. Sobre todo ahora que tendremos a un gobierno que se dice dispuesto a cambiar el paradigma.
Espero que el texto de Levy nos incite a pensar fuera de la caja, la de nuestros propios dogmas. Y que esto sirva para reorientar nuestras discusiones públicas y nuestra política pública.
México lo tiene todo para ser mejor. Sólo nos falta atrevernos a sacudir nuestros lugares comunes, a abandonar nuestros viejos consensos y construir nuevos. Ahí el reto, también la oportunidad.