Necesitamos Estado

Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero

Nos hace falta Estado. No liderazgos carismáticos que nos hagan creer que pueden sostener al país por obra de su voluntad, por bien intencionada que ésta sea. Lo pide a gritos este país. La enorme paradoja de la administración actual, desde mi perspectiva, es que en lugar de apuntalar esas capacidades de Estado para lograr sus objetivos, las soslaye o las destruya. Amparado en la bandera de la corrupción y la austeridad, y más grave, sostenido por la idea de que hay que derrumbar lo existente porque promovían un orden injusto, el presidente esté debilitando los instrumentos con qué hacerle frente a nuestros problemas. Él mismo está acortando sus márgenes de actuación. Se está quedando solo, con sus discursos mañaneros que van a perder tracción en la medida en que la realidad vaya imponiéndose.

Hablar de capacidades de Estado no es algo etéreo. Todo lo contrario, se trata de asuntos muy concretos, como hacer llegar medicamentos oportunamente para que el acceso a la salud de los más defavorecidos pueda hacerce efectivo. Capacidad de Estado es proveer servicios educativos de calidad para quienes lo demandan. Proveer los medios para que las personas puedan tener acceso a la justicia, para resolver conflictos simples o muy complejos en cualquier materia, los de la vida cotidiana o los de alto impacto. Para protegernos de una epidemia en caso de que se presente. Para protegernos de quienes pueden infligir daño a nuestra vida, integridad y patrimonio.

Capacidades de Estado es lo que no tenemos, de manera marcada en algunos ámbitos. Y las que existían la estamos malbaratando.

Las últimas semanas han sido particularmente duras por lo que reflejan a este respecto. Los feminicidios y la población que se ha quedado sin medicamentos o atención en su salud, son ejemplos vivos de nuestra condición: un Estado sin instituciones, procesos y capacidades humanas y materiales para hacerse cargo de lo que más nos duele. Y más grave, el debilitamiento de las capacidades con las que sí contábamos.

Los dolorosos feminicidios de los últimos días agarraron al gobierno con los dedos en la puerta. Sin protocolos o medidas efectivas para detectar y atender señales de violencia y de riesgo antes de que estos crímenes se perpetraran, sin capacidad de respuesta eficaz una vez que éstos se cometieron. Vaya sin siquiera un lenguaje o actitud apropiada que sugiriera solidaridad con las familias. La violencia contra las mujeres, como otras violencias, crece  porque no hay qué las contenga. No hay mecanismos de control social, pero tampoco de control Estatal. Pareciera que la debilidad de las instituciones del Estado invitara a que conductas antisociales se reproduzcan y se hagan más crudas.

El presidente no calcula el costo de sus acciones. No comprende que merman su capacidad para gobernar.

Hace unos meses al presidente se le cuestionó sobre esta problemática y repondió que la Guardia Nacional se haría cargo. No entiende que es necesario desarrollar, conectar y sostener toda una red de capacidades e instituciones para atender una problemática tan delicada. El patrullaje de elementos de seguridad formados bajo la doctrina militar o con entrenamiento insuficiente, no puede ser la respuesta. El entramado fino de capacides de un estado eficaz no puede suplirse fácilmente. Por eso la violencia nos carcome. Porque nos falta Estado. Y en el ámbito de la seguridad y la justicia nos falta mucho. El presidente lo hereda y no hace gran cosa para sobreponernos a ese déficit. Hace los contrario. Malbarata valor. El ejemplo es la policía federal.

Lo que sucede en el sector salud es un tanto distinto. En este rubro el daño es autoinflingido. En este tema no hay nadie a quien culpar más que a la propia necedad de esta administración.

Primero el subejercicio de recursos en el sector. Miles de pacientes desprotegidos mientras nuestras autoridades entienden el ABC de la operación de la salud. Luego el desabasto de medicamentos por pura incompetencia. Y por la rabiosa obsesión de querer hacer tabula rasa. Y lo más grave: las repercusiones de un cambio en el modelo de financiamiento a la salud hecha con total improvisación.

Me entero que una institución como el FUCAM, reconocida por la calidad en la atención de cáncer de mama, suspende tratamientos a aquellas pacientes afiliadas al seguro popular. La institución no pudo llegar a un acuerdo con las autoridades para financiar el servicio a este grupo de mujeres. Lo que sigue para ellas es la incertidumbre.

El presidente no calcula el costo de sus acciones. No comprende que merman su capacidad para gobernar. Su carisma y su hablar ingenioso, no da para sostener al país de pie. Las últimas semanas son expresión de los riesgos en que podemos incurrir si no hay conciencia de lo anterior, aunque tengamos al presidente más popular de los últimos años. Y no, no es replicable el modelo de la era priísta donde la concentración de poder y los mecanismos de control político, acompañados de algunas capacidades de gestión, nos hicieron creer que teníamos un Estado fuerte, cuando éste tenía bases de cristal. Hoy se nos devela con toda claridad: necesitamos Estado.