Los de enFrente

Luis Rubio / Reforma 

El llamado “Frente” es un ente extraño: no es una alianza ni una candidatura común. Nació como una gran idea: lograr, a una misma vez, la sobrevivencia del PRD y bloquear la candidatura de López Obrador. Su racionalidad original era simple: en la lógica de la preservación del monopolio tri-partidista, tanto al PAN como al PRI les convenía que el PRD preservara su registro (lo que requeriría ganar la Ciudad de México) y, al mismo tiempo, evitar que AMLO gane la presidencia. Aunque difícil de operar porque implicaba solicitar un voto diferenciado a las huestes de los partidos, el objetivo tenía sentido para cada uno de los tres partidos grandes.

Desde la perspectiva de esos tres entes encumbrados, nada es más importante que la preservación de su monopolio. Bajo esa lógica, han hecho toda clase de actos de prestidigitación para protegerse, como muestran dos ejemplos particularmente despreciables: hicieron inoperante la reelección de legisladores (porque rompieron el vínculo entre la ciudadanía y quien pretende reelegirse), e impusieron condiciones aparentemente insalvables para la inclusión de candidatos independientes en las contiendas presidenciales. Más recientemente, como se pudo observar en el Estado de México, la estrategia de preservación del monopolio adquirió nuevas formas (todo se vale con tal de ganar y sin importar las consecuencias), mismas que se han exacerbado con el manejo de la FEPADE y del Fiscal General. Después de mí el diluvio.

El monopolio tri-partidista se ha resquebrajado con el (en buena medida inexplicable) conflicto entre Ricardo Anaya y el PRI: lo que comenzó como una estrategia de debilitamiento del potencial rival (práctica común) ha adquirido una dinámica de odios tan profunda que amenaza no sólo el monopolio, sino incluso la estabilidad futura del país. El gobierno saliente claramente ha decidido que lo único importante es ganar, lo que desde luego no garantiza que su candidato lo pueda lograr.

Todo esto creaba condiciones especialmente propicias para que el PAN y el PRD, a través del Frente, sumaran fuerzas para convertirse en una opción ciudadana que pusiera en jaque tanto al PRI como a Morena. Lamentablemente, el Frente ha acabado en lo de siempre: el feudo de dos personajes que lo único que quieren es la promoción personal (para la CDMX y la presidencia, respectivamente). Lo que comenzó como una idea loable se ha convertido en una cruzada individual, pero una cruzada que no tiene sentido ni posibilidad por una razón muy simple: a menos que haya un proyecto más amplio y con un extraordinario sentido de oportunidad, los panistas no votarán por una perredista y los perredistas no votarán por un panista. Así de sencillo. De hecho, quizá no fuera excesivo afirmar que, en un extremo, el Frente podría poner en entredicho el registro de los dos partidos.

Dada la debilidad del PRD (producto de su rompimiento con Morena) y del PAN (por sus interminables conflictos internos y su incapacidad para reconocer sus fallas cuando fueron gobierno), el Frente tenía poca viabilidad desde el comienzo; su única oportunidad radicaba en la potencial circunstancia de que AMLO se colapsara o de que el PRI nominara un candidato incapaz de crecer en los meses de campaña. Es decir, la oportunidad del Frente reside en que a alguno de los otros dos les vaya mal y, súbitamente, se encuentre ante la posibilidad de ser uno de los dos finalistas. Con los candidatos que llevan no lo van a poder lograr.

Para el PRI, la única posibilidad de éxito radica en que su candidato atraiga al 100% del voto priista y luego le sume algunos puntos adicionales (más los de sus partidos aliados). La probabilidad de que el ungido tenga esa capacidad parece relativamente remota, circunstancia que crea una verdadera oportunidad para un candidato del Frente, si es que éste nomina a un personaje susceptible de atraer a la ciudadanía no comprometida y sumar votos que, de otra manera, se fragmentarían entre las múltiples opciones. Si los del Frente de verdad quieren hacer una diferencia, tendrían que abandonar sus pretensiones personalistas y comenzar a buscar a sendos candidatos (Ciudad de México y presidencia) susceptibles de ganar mucho más allá de los dos partidos grandes (pero empequeñecidos) que lo integran. A la fecha, nada sugiere que Anaya y Barrales estén dispuestos a bajarse de su macho.

Todas las elecciones de candidatos múltiples sin segunda vuelta acaban siendo de dos. Esto responde a la propensión natural de los votantes a escoger al menos malo de los dos punteros cuando su preferencia inicial no llega a ese lugar, el llamado “voto útil”. La estrategia del PRI ha sido consistente en bajar el umbral de voto y destruir candidatos precisamente para acabar siendo uno de los dos punteros y lograr que incluso quienes aborrecen al PRI lo prefieran sobre la alternativa. Pero una cosa son los experimentados operadores priistas que organizan estos mecanismos y otra la lógica de quien decidirá el nombre del candidato.

El Frente tiene la enorme oportunidad de destruir la lógica de los primeros e imponerse sobre la del segundo, pero sólo si crecen en visión y entienden la enorme oportunidad -y responsabilidad- que tienen en sus manos.