Lo que viene

Por Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma

“La catástrofe que venía era cada vez más evidente. Los errores y pérdidas se acumulaban, la destrucción era incontenible y el fin inminente y, sin embargo, nadie se rebeló. La población apoyó a su gobierno hasta el final, aun cuando eso implicara la destrucción total”. Así comienza el libro de Ian Kershaw intitulado El final (The End: Hitler’s Germany, 1944-45). El historiador relata los últimos meses del gobierno de Hitler, un momento trágico en que las tropas soviéticas y norteamericanas avanzaban de manera constante, los bombardeos destruían ciudades enteras, devastando apartamentos y edificios icónicos, dejando a la población en la calle. En un entorno racional, el gobierno alemán habría comenzado negociaciones para una rendición condicionada, pero no fue así: la obsesión por no reproducir momentos históricos previos (la rendición de Alemania en 1918) llevó al colapso total. Pero lo relevante de esta anécdota es que no era sólo el gobierno el que estaba obsesionado: la población (con excepciones naturales) estaba con su gobierno y no estuvo dispuesta a pensar distinto.

Lo que hace importante esta fascinante y trágica historia, y la conclusión a la que llega Kershaw, es que la población se había cegado ante la realidad circundante por su devoción obcecada al líder. Nada la podía hacer ver algo distinto, así fuera por la devastación física de las ciudades o de sus condiciones de vida. El carisma era tan poderoso que nadie parecía capaz de pensar por sí mismo, reconocer lo dramático de la situación, entender las consecuencias de sus acciones a lo largo de la guerra o percatarse del enorme desastre que había sido todo el gobierno y su proyecto mesiánico.

El éxito de la narrativa, que también se refleja en la popularidad, no será suficiente para compensar la ausencia de inversión, empleos u oportunidades.

México no es la Alemania Nazi ni el presidente es Hitler, pero existe una evidente similitud en la forma en que una parte de la población sigue ciegamente a López Obrador y se niega a reconocer que el deterioro es creciente y la ausencia de soluciones patente. El carisma del presidente le ha permitido construir una narrativa que (hasta ahora) domina el panorama político, controla la discusión pública y desdeña cualquier postura crítica o alternativa. El problema, que será cada vez más evidente en la medida en que avance el inexorable ciclo político, es que no sólo de palabras vive el hombre.

El éxito de la narrativa, que también se refleja en la popularidad, no será suficiente para compensar la ausencia de inversión, empleos u oportunidades. Sin duda, la estrategia de transferencias sociales ayuda a asentar la credibilidad del gobierno, toda vez que representa una fuente de sustento que es sumamente importante para una enorme porción de la población. Sin embargo, hay dos factores que sugieren que la fortaleza del carisma en nuestro caso es muy distinta al antes descrito. Primero que nada, luego de una década en que la migración de mexicanos hacia Estados Unidos fue mínima, el último año ha crecido de manera dramática, acumulando cientos de miles de aspirantes a cruzar el río para incorporarse en el mercado de trabajo estadounidense. Esas personas se están yendo porque no ven oportunidades en México. Recibir un “apoyo”, como lo llama el presidente, es muy bonito, pero no compensa la falta de crecimiento económico, que es la única forma en que se puede reducir la pobreza de manera definitiva. La gente vota con sus pies.

El otro factor es que México lleva décadas de promesas incumplidas, gobiernos de diversos colores que prometen el nirvana, sólo para concluir en lo mismo de siempre. Todos esos gobiernos ofrecieron promesas que, casi siempre, eran incumplibles y la población así lo entendía. Las dádivas que recibe una familia son siempre bienvenidas, pero quien las obtiene sabe que se trata de un mero intercambio de favores, un proceso que se repite cada seis años: los nombres y los métodos varían, pero por más carismática que sea la figura, esa población que ve tan pocas opciones para su vida sabe que alguien más vendrá a ofrecer otros espejitos, reiniciando el ciclo una vez más.

Nada de esto disminuye la extraordinaria capacidad del presidente para manipular las percepciones y las expectativas y, por lo tanto, sus índices de popularidad, pero llevamos décadas observando el mismo fenómeno y no hay razón alguna para esperar algo distinto en esta ocasión. Desde luego, hay varios imponderables en el camino que determinarán cómo acaba esto, factores que tienen que ver con el desempeño económico (especialmente el tipo de cambio), la aparición (o no) de alguna figura alternativa fuera de la cofradía presidencial actual y la capacidad del propio presidente por evitar una mayor fragmentación en Morena. La moneda está en el aire.

La historia que Kershaw cuenta es aterradora por el sufrimiento, miedo e irracionalidad que domina la forma de pensar ya no de los liderazgos (que entendían perfectamente lo que venía) sino de la población en general ante la derrota segura. Nadie tuvo capacidad ni deseo para forzar un cambio de rumbo para evitar una catástrofe. Seguir ciegamente al líder fue su característica nodal y así le fue. La naturaleza del mexicano con suerte evite una catástrofe, pero nada nos quitará los enormes costos de un gobierno que supo atizar el conflicto pero no resolver los problemas ni crear condiciones para el progreso.