
Las no tan sutiles diferencias entre el calderonismo y el claudismo
Muy rápido en la administración de Sheinbaum se identificó un cambio en la estrategia de seguridad pública. De la política de “abrazos no balazos” solo quedará un vestigio simbólico y retórico.
Por Yair Mendoza (@yair_mendozacg) | Programa de Seguridad
Publicado en: Animal Político
Muy rápido en la administración de Sheinbaum se identificó un cambio en la forma de conceptualizar la estrategia de seguridad pública como mecanismo para contener el avance territorial del crimen organizado, las violencias y la explotación de los mercados ilícitos que generan. La política de “abrazos no balazos” y su atención a las causas solo serán vestigios simbólicos y retóricos presentes en los discursos de la presidenta para mantener el vínculo identitario con la administración pasada.
Enhorabuena por dicho cambio de directriz de política pública, México lo necesita. Sin embargo, muy rápido la comentocracia comenzó a señalar y calificar la nueva estrategia de seguridad pública de Sheinbaum como un regreso al calderonismo. Postura con la que discrepo, pues pese a los esfuerzos de analistas como Guadalupe Correa-Cabrera, Jacques Coste y Armando Vargas por abordar el tema, no están del todo claras las características del calderonismo y sus diferencias frente al claudismo. Cierto es que puede haber similitudes entre ambas gestiones, pese a tener tras de sí valores y visiones antitéticas de la seguridad pública. No obstante, la riqueza del análisis se cifra en las diferencias que las macro similitudes ocultan.
Las particularidades del calderonismo en materia de seguridad
Caractericemos la estrategia de seguridad pública de Felipe Calderón. Las diferencias se observan desde el diagnóstico y su vocabulario. En el inicio de dicha administración la visión de “seguridad pública” fue subsumida por la visión belicista de “guerra” y “combate a las drogas”. Es decir, no había problemas de criminalidad urbana, ni mercados ilícitos operando y lastimando la cotidianeidad de las personas. De acuerdo con Calderón el problema era la existencia de organizaciones criminales que desafiaban el control del Estado mexicano en ciertos territorios como Michoacán o Guerrero —entidades donde iniciaron los operativos conjuntos entre Fuerzas Armadas y Policía Federal—. El enfoque definido para hacer frente a tal problema fue el ataque frontal a las organizaciones.
Su único proyecto de creación de instituciones en la materia se limitó a la Policía Federal. Adicionalmente, su mayor impronta fue sacar de los cuarteles al Ejército y la Marina para el combate frontal de las organizaciones. Es decir, optó tanto por la militarización directa de la seguridad pública, como por el enfoque indirecto, con la participación de mandos militares dentro de las estructuras policiales. Este combate tenía por objetivo abatir o capturar a líderes de organizaciones criminales. Con ello, las organizaciones se debilitarían a consecuencia de su desestructuración.
Todo esto en el marco de una relación de armoniosa supeditación de la agenda mexicana de seguridad pública a la agenda de Estados Unidos, país que destacó los esfuerzos mexicanos y los respaldó con financiamiento. Al finalizar su administración, se esbozó la hipótesis de que el objetivo final era pacificar el país con la construcción de una organización criminal nacional y hegemónica como el Cártel de Sinaloa, mediante el uso de la fuerza pública para eliminar organizaciones competidoras.
Los diferenciadores del claudismo en la seguridad pública
¿La administración 2024-2030 tiene alguno de estos rasgos? En el nivel de la narrativa, Sheinbaum ha sido muy cuidadosa de no caer en retóricas que destaquen el carácter bélico del problema de la inseguridad pública en México; por el contrario, enfoca el problema como una consecuencia de las limitadas posibilidades de desarrollo que el país ofrece a su población como consecuencia del neoliberalismo. Es decir, la violencia es una consecuencia de la falta de justicia social.
Adicionalmente, la estrategia de Sheinbaum, no persigue a objetivos criminales con control territorial, sino a aquellos que generan violencia. Tampoco captura capos (para así evitar la multiplicación de las organizaciones criminales, como pasó en los años de Calderón). Captura a operadores (financieros, personal de logística y empresarios de la violencia), es decir, los engranes de estas organizaciones, a aquellos que las hacen funcionar.
Aunado a lo anterior, la estrategia de Sheinbaum reconoce que para debilitar a las estructuras criminales se requiere desmontar la cooptación que han realizado sobre el poder público en los municipios y neutralizar la extorsión y cobro de piso, pues son instrumentos que les permiten financiarse. Los casos de extorsión a limoneros y aguacateros dan cuenta de ello.
Sobre la militarización de la seguridad pública, ésta es más una herencia de AMLO, antes que un sello de Sheinbaum. Cierto es que López Obrador recibió la misma herencia de Peña Nieto y éste a su vez la recibió de Calderón, pero la administración 2018-2024 abrió además la puerta para que las Fuerzas Armadas se hicieran relevantes también en los sectores de la construcción y la administración de puertos y aduanas, por ejemplo. Hasta entre militaristas hay diferencias.
Se señala el carácter militarista de la estrategia de Sheinbaum por continuar usando a las Fuerzas Armadas en labores de seguridad, pero no se matiza la ausencia, al día de hoy, de policiales civiles capacitadas para asumir la seguridad del país. La administración pasada también fue omisa en la construcción de policías. La administración de Sheinbaum está reconstruyendo las instituciones civiles de seguridad pública, piénsese en la reforma constitucional para el reforzamiento de las atribuciones de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) y del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
Se dice que Sheinbaum es calderonista porque atiende a las demandas de seguridad de EE.UU, subordinando la agenda nacional. Hay que señalar que ello es una normalidad en la relación bilateral, al menos, desde Carlos Salinas de Gortari, por la asimetría de ambas economías, por lo que no es un sello exclusivo del calderonismo. La única administración que se atrevió a dejar en segundo término las demandas norteamericanas en materia de seguridad fue la 2018-2024, y así nos fue.
La administración —demócrata, por cierto— de Joseph Biden tomó cartas en el asunto y nos dejaron un incendio en Sinaloa por la inacción cómplice de AMLO en el tráfico de fentanilo hacía el país del norte. Por cierto, no atender la agenda de EE.UU tampoco se tradujo en mejores condiciones de seguridad para los mexicanos. Finalmente, hoy no hay acusaciones, ni señalamientos referentes a que el gobierno esté operando en favor de alguna organización criminal, es más ni siquiera en favor de alguna de las facciones en pugna en Sinaloa.
Así las cosas, en términos de sus narrativas, diagnósticos, objetivos y los medios para lograr la paz, las formas de Sheinbaum son totalmente diferentes frente a las de Calderón. Salvo por el militarismo, ya que Sheinbaum está administrando un país con una élite militar más empoderada y enquistada en la administración pública, herencia de la administración de López Obrador.