Ensayo de réquiem por el Sistema Nacional Anticorrupción

Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero

En octubre de 2019, la Comisión de Selección del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA), de la que fui integrante y coordinadora, concluyó su periodo de trabajo. La Comisión tiene la tarea de elegir a los integrantes del Comité de Participación Ciudadana del Sistema: un mecanismo innovador en el que ciudadanos designan a otros ciudadanos.

La Comisión saliente se presentó ante el Senado para rendir cuentas del trabajo hecho en los tres años que duró el mandato. También hizo entrega de actas, documentos y archivos relevantes generados durante ese tiempo. Ese acto ocurrió hace cinco meses y a la fecha nuestros relevos no han sido designados. El pasado miércoles, cuando debía sesionar la Comisión Anticorrupción del Senado para entrevistar a los candidatos inscritos en el proceso, se tuvo que levantar la sesión por falta de quórum. Gravísimo. Se está matando al SNA y nos quedamos como si nada.

El Sistema Nacional Anticorrupción ha tenido detractores muy vocales y otros silenciosos. Entre los primeros están los que genuinamente piensan que el diseño es rebuscado y, por tanto, difícil de operar. En sus argumentos, suelen privilegiar el componente punitivo de la lucha anticorrupción y por ello se quejan de que existan tantas instancias asociadas al Sistema, cuando lo verdaderamente importante es la persecución criminal y el castigo.

A pesar de todo, la muerte del SNA importa, por varias razones: primero porque nunca antes había existido una apuesta tan ambiciosa por fortalecer instituciones y lograr una articulación eficiente entre ellas.

Sin embargo, los detractores silenciosos son mucho más preocupantes. Porque es por la vía de la precipitación de los hechos, y no de la discusión pública, que buscan bajarle el switch a nuestro esquema anticorrupción incluso antes de que se haya instalado debidamente. Considero que en este grupo están las mismas autoridades que en la superficie aplaudían (aplauden) ruidosamente “la hazaña histórica de instalar el SNA”, pero por debajo del agua hacen lo necesario para debilitar o capturar a las instituciones o instancias que lo integran. Algo de amenazante tendrá el SNA y los sistemas locales, que autoridades de distintos niveles han maniobrado para manipularlos.

El presidente López Obrador simplemente lo ignora. Supongo que por eso podríamos ubicarlo en el grupo de detractores silenciosos. Con el agravante de que si el presidente lo ignora, sus subordinados también, incluyendo a los legisladores de su partido. Por eso no se presentaron a la sesión del miércoles y dejaron plantados a los que se postularon para integrar a la Comisión de Selección –mexicanos comprometidos en algún grado, he de decirlo–, porque se trata de un cargo honorario que implica mucho trabajo y una responsabilidad pública sobre la que se debe responder.

El SNA está casi muerto, si es que en algún momento estuvo vivo. Y la pregunta es qué perdemos con ello. No le podemos atribuir al SNA ninguna hazaña en particular. No vimos a las instancias que lo integran trabajar tozudamente tras un objetivo común. Ciertamente no se logró sacar a estas instituciones de su área de confort, en la que hacen como que cumplen con su mandato, pero sin incomodar demasiado a quienes les toca vigilar, controlar o sancionar.

A pesar de todo, la muerte del SNA importa, por varias razones: primero porque nunca antes había existido una apuesta tan ambiciosa por fortalecer instituciones y lograr una articulación eficiente entre ellas. Segundo, porque nunca antes se había planteado una agenda tan completa para fortalecer la rendición de cuentas en el país. Y tercero, porque de lograrse lo anterior, pondríamos límites efectivos al ejercicio del poder, algo que tanto nos ha hecho falta.

El SNA necesitaba tiempo, liderazgo y acicates para mover el proyecto hacia adelante. Por eso en su diseño existe el Comité de Participación Ciudadana, la correa de transmisión entre las instituciones y la gente, ese impulso que necesita para moverse.

El error quizá fue ambicionar tanto en lugar de avanzar por aproximaciones sucesivas. Aunque desde cualquier ruta que hubiéramos elegido habríamos chocado con la misma pared, la que construyen los que se benefician del actual estado de cosas. Por eso es tan paradójico que el presidente desdeñe la caja de herramientas finas que puede encontrar en el SNA. En su lugar, ha optado por blandir el machete del poder presidencial.

Por lo que vimos en la Comisión Anticorrupción del Senado, en esta administración se va a ignorar al SNA.  

Si nos quedamos sin SNA, nos quedamos sin agenda, sin rumbo, sin mapa para lograr lo que he descrito.

Si nos quedamos sin SNA, abrimos todavía más la puerta a la corrupción.

Si nos quedamos sin SNA, no habrá estímulo para que las instituciones que lo integran aspiren a más.

Si nos quedamos sin SNA, habremos sucumbido a la idea de que son los hombres y no las instituciones las que importan. Y así nos irá.