La foto de familia

¿Qué tan lejos puede llegar el SNA si la clase política no está convencida del cambio? Se está pagando un costo enorme en términos de legitimidad y de confianza y, sin embargo, no es suficiente.

Edna Jaime (@EdnaJaime) / El Universal

Se ha hecho viral la fotografía captada apenas iniciada la presente administración. En esa foto de familia, aparece el presidente entrante rodeado de un número importante de los gobernadores hoy bajo proceso o al menos señalados por actos de corrupción. Esa fotografía retrata a México y a su dolida democracia. Eso somos: un país con tan débil institucionalidad que produce conductas soberbias, extravagantes, ilegales de quienes nos gobiernan. Esa fotografía de políticos sin controles ni contrapesos también explica porque México es un país con equilibrio triste. Una situación que no permite que el país florezca acorde a su potencial, que no genera oportunidades, ni asegura acceso a derechos básicos a la mayoría de los que aquí nacimos.

Una pregunta frecuente es si la corrupción en el país siempre fue a así o si hoy sale a la luz por los resquicios abiertos por una práctica periodística con menos mordazas, una sociedad menos tolerante y más dispuesta a señalarla y una mirada internacional curiosa porque le país tiene un peso relativo de más relevancia en el concierto internacional. Lo cierto es que en el pasado, esos gobernadores sonrientes en la fotografía en comento antes tenían límites. El “hermano mayor”, el presidente de la república, los observaba y existían un conjunto de reglas no escritas a las que se ceñían. Los mecanismos de control político del viejo régimen los mantenían a raya. Hoy, el vacío.

Ese vacío institucional hoy nos pasa la factura con crudeza. Esa cuenta pendiente nos ha convertido en el hazmerreír del mundo, en la presa fácil del bully del momento. Esta agenda fue ignorada por el gobierno de transición en el 2000 y por el sucesivo. Esa agenda se ocultó bajo la pomposidad del hoy casi olvidado Pacto por México que de nueva cuenta nos ofreció el Nirvana. Luego, de nueva cuenta, la decepción.

A base de golpes de realidad, la agenda anticorrupción ha logrado hacerse visible y avanza no sin tropiezos. Se articula alrededor del Sistema Nacional Anticorrupción. Éste es un planteamiento integral y de largo aliento cuyo objetivo es dotar al Estado mexicano de las instituciones de las que carece o se caracterizan por su debilidad. Se trata de un esfuerzo por generar los controles y contrapesos al poder del que hoy se abusa y se usa para fines particulares.

El Sistema corre enormes riesgos de naufragar porque a la mayoría de los políticos mexicanos les sienta bien el estado de cosas. Porque no se han decidido abandonar el pacto de impunidad en el que operan. Porque los protege. Es un pacto que involucra redes de implicados en todos niveles y en todos los partidos. En eso derivó nuestro esfuerzo trunco de transformación política. En esa foto que presenta a gobernadores sonrientes porque reciben más del 70 por ciento de los recursos públicos recaudados por la federación, pero sin control efectivo del centro ni las instituciones locales de rendición de cuentas. Sin nada que los obligue a comportarse dentro del marco de la ley.

Por eso cada paso adelante en la construcción del SNA será una batalla épica, sobre todo cuando se intente tocar los puntos neurálgicos que permiten la vigencia de este pacto de impunidad. Por eso estamos tan atorados en la discusión de la ley orgánica de la nueva Fiscalía General de la República y en las atribuciones y el marco en que habrá de actuar el fiscal anticorrupción. Justo cuando queremos darle la potencia y protección que requiere, la PGR publica un decreto que la debilita. La misma fórmula de siempre: cambiarlo todo para que todo permanezca igual.

La pregunta obligada es qué tan lejos podremos llegar si la clase política no está convencida del cambio. Se está pagando un costo enorme en términos de legitimidad y de confianza y, sin embargo, no es suficiente. Cuando más se nos ofrece la cabeza de algún político corrupto como forma de catarsis pero sin un afán genuino de transformación. El tiempo corre y el país se deteriora aceleradamente. ¿Estaremos cerca del punto de quiebre?