¿El anillo al dedo de quién?

Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero

Ésta fue la Semana Nacional de Transparencia. Como ocurre cada año, el INAI, junto con otras instituciones convocantes, organizó una serie de mesas para hablar de la pandemia y la rendición de cuentas. En su discurso de inauguración, la secretaria de la Función Pública repitió la frase que antes había usado su jefe, el presidente. Ella y él afirmaron que la pandemia le caía como “anillo al dedo” a la Cuarta Transformación.  Yo no me voy a ofender, como muchos, frente a esta expresión, porque es estrictamente cierta: la pandemia le ha caído como anillo al dedo a este Gobierno. Permítanme explicar en qué sentido: los controles a los que debe sujetarse toda acción gubernamental se han relajado, pues la situación excepcional lo ha permitido.

Las situaciones de emergencia suelen tomarnos desprevenidos; justamente ésa es su naturaleza: su repentina irrupción. Las emergencias, por tanto, nos obligan a hacer cosas distintas, extraordinarias. Nos obligan a salir del canon.

Ante la emergencia, las respuestas de distintos gobiernos y agentes han sido muy variadas. Con el tiempo y las evidencias sabremos cuáles fueron acertadas, cuáles fallidas. Algunas de estas respuestas han implicado la restricción de derechos: un mandato obligatorio a no salir de casa, por ejemplo, o a usar cubrebocas en espacio físicos. Algunas otras han implicado la restricción de acceso a algunos servicios públicos. El confinamiento ha tenido un efecto cascada, por ejemplo, sobre la provisión de servicios de justicia o sobre el acceso a la información. Los plazos legales para recibir respuesta a una solicitud de información quedaron congelados por un tiempo, lo mismo que los plazos y tiempos para procesar asuntos en tribunales. En gran medida esto era inevitable.

Pero hay decisiones de gobierno que si planteaban disyuntivas. Entre la apertura y la opacidad, por ejemplo. Entre la concentración de poder o el libre juego de contrapesos y controles. Me voy a referir a dos iniciativas del Ejecutivo en las que de manera franca optó por la discrecionalidad, dando total sentido a su frase favorita, aquello de lo bien que le quedó el anillo a su deseo de control.

Nuestro presidente quería más, no menos poder, y la pandemia le dio el perfecto pretexto para su intentona.

La primera es la iniciativa que envió a la Cámara de Diputados en abril pasado, para modificar el artículo 21 de la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria. La propuesta buscaba debilitar o de plano eliminar uno de los pocos candados ante la discrecionalidad del Ejecutivo sobre el Presupuesto que tienen en su poder los diputados, y que se activa cuando hay una caída severa en el ingreso. Frente una caída de 3% en las estimaciones de lo que se va a recaudar —plantea este artículo de la ley—, el Ejecutivo tiene que presentar ante los legisladores una propuesta de ajuste. El presidente se empeñó en modificar esta iniciativa, porque no le gustaba la idea de tener que rendir cuentas ante la Cámara sobre lo que habría de modificar.

México no fue el único país en enfrentar estas circunstancias cambiantes. Gobiernos de todo el mundo tuvieron que ajustar sus presupuestos. Los más apegados u obligados a la transparencia hicieron uso de instrumentos como los presupuestos suplementarios, por medio de los cuales explicaron los ajustes, rindieron cuentas sobre ellos y permitieron seguir la ruta del dinero con mecanismos de transparencia explícitos. Nuestro presidente quería más, no menos poder, y la pandemia le dio el perfecto pretexto para su intentona.

Otro tema también importante fue la modificación al artículo 1 de la Ley de Adquisiciones, Arrendamientos y Servicios del Sector Público, para permitir al Gobierno hacer compras de proveedores globales sin acatar la regulación mexicana. Muchos aplaudieron la decisión, suponiendo erróneamente que este mecanismo ayudaría a atender la emergencia; omitían o ignoraban que la propia ley ya contempla las compras a proveedores extranjeros a través de distintos mecanismos, como la licitación o la adjudicación directa. Lo que hace la modificación a dicho artículo es abrir la puerta a adquisiciones que no están sujetas a la fiscalización. Así de grave.

Por lo expuesto, queda claro por qué integrantes de esta administración afirman que la crisis sanitaria les cayó bien. Por un lado ganaron poder; por el otro se debilitaron sus contrapesos. En este mismo espacio comentaba hace algunas semanas los retrasos y los cambios en el plan Anual de Auditorías de la Auditoría Superior de la Federación, que entre crisis y confinamiento no ha podido ni de lejos seguir el paso de las “audacias” de este presidente.

Lo lamentable es que estos juegos de poder suelen ser de suma cero. Lo que gana el presidente lo pierden otros. Lo trágico es que se dejen.