Maestría para el mal

El corolario de este escándalo es muy claro: ahí donde hay una oportunidad para la corrupción se va a aprovechar. También una lección para los forjadores del Sistema Nacional Anticorrupción: es sumamente relevante trabajar en la prevención.

Edna Jaime (@EdnaJaime) / El Financiero

La corrupción sucede cuando están las oportunidades abiertas para hacerlo. Y nuestros marcos normativos dejan puertas abiertas por todos lados. Pareciera que una mente maestra hubiera diseñado nuestros marcos normativos para dejar recovecos aprovechables por algún vival. O lo contrario, estos vivales están muy bien entrenados para encontrar los recovecos por más escondidos y estrechos que sean. De lo que no hay duda es que hay maestría para el mal.

El trabajo de investigación periodística presentado esta semana por Animal Político y Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad da cuenta de un modus operandi recurrido por autoridades en distintos ámbitos y niveles de gobierno. Se simula la contratación de servicios o la compra de bienes a empresas inexistentes, los recursos involucrados en la transacción van a dar a otros destinos, no los estipulados en el contrato o convenio que ampara la transacción, y luego no hay ni una sola consecuencia.

Las revelaciones de esta semana, sin embargo, nos hablan de operaciones más sofisticadas que aprovechan con maestría los huecos en la ley, los espacios débilmente fiscalizados, la coraza de algunas casas de estudios. Aprovechan que las transacciones entre entidades públicas están poco reguladas y exceptuadas de los mecanismos previstos tanto en la Ley de Adquisiciones como en la de Obra Pública para asegurar el buen uso de recursos. Si bien sería mucho afirmar que se trata de tierra de nadie, porque sí tienen previstos obligaciones en materia de transparencia y mecanismos de fiscalización, estos son débiles y, por lo visto, inútiles.

Por lo que aprendí de la investigación periodística, el instrumento jurídico que regula la interacción entre las secretarías federales y las universidades públicas son los convenios de colaboración. Éstos son instrumentos ad hoc en los que únicamente se establecen los términos de la colaboración entre las instituciones, sin que se incluya ningún mecanismo de vigilancia, ningún candado de control o rendición de cuentas.

La colaboración entre instituciones públicas no está exenta de auditorías internas, esto es cierto, pero para que los órganos internos de control las ejecuten éstas deben ser programadas en su Programa Anual de Auditorías. El problema es que estos convenios de colaboración se construyen con premura y no con anticipación anual. Por lo tanto, la probabilidad de que se haga una auditoría interna a estos convenios y que se detecten las prácticas indebidas de manera preventiva, es muy baja. Como se puede ver, no se les va una a nuestros maestros del mal.

El corolario de este escándalo es muy claro: ahí donde hay una oportunidad para la corrupción se va a aprovechar. También una lección para los forjadores del Sistema Nacional Anticorrupción: es sumamente relevante trabajar en la prevención. Peleamos ahora por una Fiscalía Anticorrupción robusta, en una Fiscalía General autónoma. Avanzar en esta dirección implicará una gran transformación para México. Pero si dejamos las puertas traseras abiertas, el ladrón se nos va a meter, no importa cuán reforzadas estén las bardas y los cerrojos de la fachada principal.

En la agenda inmediata nos queda la necesidad de reformar las leyes de adquisiciones y de obra pública vigentes. En particular las transacciones que se dan entre entidades públicas. También habrá que vigilar mejor el uso de recursos de las universidades públicas. El hecho de ser centros de conocimiento no las exime de prácticas de transparencia elementales. Ni la autonomía ni el giro deben ser barreras para un uso pulcro de los recursos que reciben.

Y mientras este país se transforma, yo celebro el trabajo periodístico serio y comprometido. Quizá los maestros del mal no le teman a los órganos sancionadores del Estado mexicano, no por ahora, pero sí a periodistas jóvenes que se han desarrollado profesionalmente fuera del yugo del control gubernamental. Enhorabuena para ellos.