Inconformes con el statu quo

Edna Jaime

Dos hechos de nuestra realidad son irrebatibles. El primero es que nuestra economía crece a ta-sas muy pobres, muy por debajo de su potencial. Así llevamos décadas. El segundo es que la pobreza se perpetúa en nuestra sociedad. Una persona que nace en una familia en condición de pobreza se quedará así para siempre, y es altamente probable que sus descendientes también lo hagan. Se trata de barreras que han sido imbatibles, insuperables. Simplemente no hay movilidad.

Acostumbramos considerar a la pobreza y a la desigualdad como efectos de un mal desempeño económico. Si la economía no crece o la riqueza no se genera, entonces no hay qué repartir. No se presenta el efecto de goteo que, eventualmente, llega a los más desfavorecidos. El argumento tiene sentido. Sin embargo, también lo inverso convence: son la pobreza y la desigualdad el origen de nuestro pobre desempeño económico. Su existencia impone un límite a lo que podemos crecer. Si lo analizamos, quizás encontremos las respuestas a nuestras conjeturas de por qué la economía mexicana no da para más.

No crecemos porque estructuralmente estamos impedidos para hacerlo. Por décadas hemos asumido que el origen de nuestro bajo crecimiento está relacionado con mercados protegidos que no alientan la competencia ni la productividad, con malas regulaciones o un exceso de ellas, con un sistema financiero de poco alcance o monopolios que imponen costos excesivos a los productores y consumidores mexicanos. Todo esto es real y las agendas reformadoras se han orientado a resolver los temas señalados (todavía falta ver si con éxito).

No hemos considerado, sin embargo, a la pobreza y a la desigualdad como un traba estructural al crecimiento. No hemos conectado de manera suficiente economía con pobreza. Es tiempo de hacerlo.

En primer lugar, porque la frontera de posibilidades de nuestra economía se topa con una restricción evidente cuando más de la mitad de la población se encuentra en condición de pobreza, fuera de los circuitos de producción y empleo formales y con poca capacidad para afectar la demanda interna, sin duda, un motor de crecimiento en cualquier economía.

No nos preguntemos por qué el mercado interno es tan débil. La respuesta es clara: porque la mayoría de los mexicanos consume muy poco (¡qué fuerte!). La economía mexicana crece por lo que se consume de lo nuestro fuera de las fronteras, no dentro.

Pero, también, porque grupos amplios de población en edad productiva, simplemente, no producen. No lo hacen, porque sus habilidades son pocas o porque son discriminados. Están excluidos, porque no han tenido un acceso efectivo a derechos consagrados en nuestra Carta Magna (como el derecho a la educación y a la salud) y el Estado mexicano se ha mostrado incapaz para hacerlos efectivos, por ineptitud, corrupción o su captura por grupos de interés particulares.

En México, la participación de la mujer en actividades productivas es menor que en economías comparables con la nuestra; una porción importante de jóvenes tampoco logra emplearse (de ahí que la actividad criminal sea una alternativa). Ni qué decir de otros grupos de mexicanos que son los excluidos de siempre. En estos mexicanos hay un enorme potencial desperdiciado. Si no hacemos nada, esta situación se va a reproducir en un ciclo interminable, como ha ocurrido hasta ahora.

Éstas y muchas otras reflexiones se han suscitado en los grupos de trabajo de la iniciativa llamada “Acción ciudadana contra la pobreza”. Una coalición muy amplia y plural de las organizaciones de la sociedad civil y personas que se sienten incómodas con el statu quo y las dos realidades que lo definen: pobreza y débil crecimiento económico.

En este grupo conviven organizaciones dedicadas al análisis, con otras que llevan años trabajando, desde la base, en tareas de mitigación de la pobreza. El objetivo es encontrar las fórmulas para derrumbar las barreras que mantienen al país y su economía escindidos y, a la vez, motivar la participación ciudadana en la exigencia de derechos sociales que, hoy, no son plenamente ejercidos.

La Acción Ciudadana es un proyecto de largo aliento, pero tiene metas y campañas planteadas para corto plazo. En la coyuntura, busca incidir en la formulación de un presupuesto sólido en materia social, que parta de la evidencia existente sobre lo que funciona y lo que no. Un presupuesto que no dé espacio al desperdicio ni a la corrupción, por eso su nombre: #PresupuestoSinMoches. Simultáneamente se plantea la campaña #CeroListasdeEspera, un mecanismo de exigibilidad y denuncia ciudadana cuando los servicios de salud se nieguen o posterguen.

Sobra decir que me siento muy honrada de participar en esta iniciativa. Y que me conmueve saber que, cada vez, hay mexicanos y organizaciones que se incomodan con el statu  quo. Mis parabienes a todos los que participan en ella.