El cruce de retórica y eficacia en la agenda de género
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
La lección número uno de cualquier clase de política pública debería partir de esta observación: las buenas intenciones no necesariamente hacen buenas políticas. Santiago Levy, un destacado economista que ha dedicado su carrera a entender problemas públicos para proponer soluciones, tituló así uno de sus libros, cuya versión en inglés es todavía más directa: Good intentions, bad outcomes.
Como funcionario público en nuestro país, Levy diseñó uno de los programas sociales más exitosos de tiempos recientes. En principio, era innovador por la forma en que focalizaba a la población objetivo: partía del procesamiento de información y evidencia. El mecanismo central del programa consistía en una transferencia monetaria a las familias beneficiarias, que se condicionaba a la asistencia a servicios de salud y educativos por parte de los integrantes de la familia, sobre todo niñas y niños en edad escolar. Además, en el diseño del programa se incluían mecanismos de evaluación que permitieran conocer su impacto.
Pienso que se inauguró así, en México, una manera de formular política pública a través del uso de mucha información. Se optó por un esquema técnico, antes que político. El viraje, no lo duden, fue importante, porque veníamos del sexenio de Carlos Salinas, que se caracterizó por sacarle el mayor jugo posible a una Presidencia que ya no era tan poderosa como la hizo aparecer. Con una bolsa de recursos a su plena disposición, se dedicó a colocarlos a través del programa Solidaridad, buscando afianzar liderazgos locales y la presencia de su partido en múltiples regiones. Un programa diseñado para redituar políticamente. Por eso Progresa marcó un antes y un después.
Nuestro presidente dice que fue una desgracia que llegaran los tecnócratas al poder. Yo sostengo que el trabajo de los técnicos es imprescindible en cualquier administración.
Pienso que la energía de todas las que impulsamos una agenda de género debería aplicarse en lograr las precondiciones para convertir las buenas intenciones en resultados.
El tema de las políticas públicas exitosas es fascinante; hacerlas es muy complicado. Se requieren recursos, burocracias profesionales y experimentadas, conocimiento, evidencia, información y la capacidad de procesar todo esto para definir acciones que puedan mitigar un problema público. Esta combinación de factores pocas veces cristaliza. Y hay casos, como el de esta administración federal, donde conscientemente se renuncia a seguir un método para elaborar una política.
Pienso en esto porque en el marco del Foro de París sobre la Paz participé en una charla con otras mujeres de América Latina de distintas trayectorias, en la que nos preguntábamos por qué no avanzamos ni un ápice en la construcción de condiciones de equidad, de generación de oportunidades, si la participación de las mujeres ha crecido en los asuntos públicos en la región. Y, más importante: por qué no podemos poner un alto a las violencias que nos afectan y que cada vez adoptan formas más brutales. ¿Más mujeres en el poder no implica más atención en los asuntos que nos afectan?
En México tenemos un Congreso paritario, y cada vez más mujeres ocupan cargos de elección, incluso gubernaturas. Sin embargo, sigue existiendo una brecha entre la representación política y las respuestas desde la política pública. Las legisladoras mexicanas han trabajado en asuntos puntuales y encomiables. Pero ni ellas, ni las gobernadoras, ni las altas funcionarias están haciendo una diferencia en los temas fundamentales. De nuevo: buenas intenciones, malos resultados. Hasta parece que con tal frase nos cayó una maldición.
Pero no nos ofusquemos, simplemente nos falta lo básico: un método para hacer política pública en todo su ciclo. Los elementos, recordemos, son información (mucha), el entrenamiento y profesionalización de operadores y burocracias, buenos diseños que aten las piezas, implementación correcta y evaluación constante.
Pienso que la energía de todas las que impulsamos una agenda de género debería aplicarse en lograr las precondiciones para convertir las buenas intenciones en resultados. Quizá esto no dé para consignas en una marcha, o para apasionar y movilizar a muchas. Pero si no construimos capacidades en las instituciones del Estado, si nos sigue haciendo falta información básica para hacer buenos diagnósticos, si no discutimos con base en evidencia, si no nos metemos hasta la cocina en la hechura de políticas, la consigna y el reclamo se quedarán en eso. Y la frustración seguirá creciendo.
Necesitamos de políticas y políticos que atiendan demandas, que procesen el sentir de la población, que definan una preferencia y un rumbo. Pero en algún punto hay que juntar la retórica con la eficacia, la política con los resultados. Ése es el enorme reto que tienen las políticas, activistas y analistas mexicanas.