A grandes males, ¿grandes soluciones?
Edna Jaime / El Financiero
Dice el refrán popular que a grandes males, grandes soluciones. Y en el terreno de nuestra política, la decisión mayoritaria en la pasada elección siguió esta receta. Un mandato amplio a un candidato, su equipo y su proyecto. Pusimos nuestro resto en una jugada, esperando, por supuesto, una gran recompensa.
Sin dilaciones, el virtual presidente electo ha lanzado 50 acciones con las que honra sus planteamientos de campaña. No podemos llamarnos a la sorpresa. Si prometió bajar el sueldo de la alta burocracia, tenemos como respuesta un plan de austeridad que no dudo se ejecutará tan pronto tome las riendas del gobierno, y así nos podemos seguir con cada una de las promesas de campaña. Pero hay que estar atentos a que las soluciones que se nos ofrecen hoy, no se conviertan en el problema con el que estemos lidiando en el futuro. Permítanme explicarme.
Por muchos años, el gran tema de la política mexicana fue la concentración del poder. Y las grandes batallas de entonces se concentraron en limitarlo. El foco se puso en el ámbito electoral y las sucesivas reformas electorales permitieron arrancarle el monopolio al entonces partido hegemónico. De ahí, lo que conocemos. Elecciones más competidas, fragmentación del poder y, en cierta medida, el caos. De ahí devinieron otros problemas y otras agendas.
En eso estábamos. Tratando de encontrar la cuadratura al círculo. Ensayando modalidades diversas para dar orden al desorden, para llamar a cuentas a los gobernantes, para poner freno a los abusos, para institucionalizar el poder como sostiene Luis Rubio. Así fuimos creando órganos autónomos, leyes generales, sistemas nacionales de transparencia, de fiscalización, en materia anticorrupción. Era un juego de vencidas. Se ganaba en algunas partidas, se perdía en otras, hasta que la impaciencia de los mexicanos se manifestó. Y con sobrada razón.
Las acciones anunciadas por el virtual presidente electo parecen aplicar la receta de a grandes males, grandes soluciones. Pero no por la vía de una agenda de transformaciones institucionales, de nuevas reglas, de incentivos correctos para cuadrar lo que tenemos. Si no por la vía de la recentralización del poder. Y sí se puede. A quienes pensábamos que no había punto de retorno, lo anunciado hasta ahora, a escasos días del proceso electoral, nos calla la boca.
A grandes males, grandes soluciones, nos parece decir el virtual presidente electo.
Si nuestra inconformidad es con los gobernadores abusivos y rateros, no se preocupen, habrá en cada entidad federativa un superdelegado que le dará marcaje personal al gobernador en turno. Un supervisor, “un gran hermano” que lo estará vigilando. Si nos lastimó la trama de la estafa maestra con universidades públicas prestándose a la triangulación de recursos a empresas fantasma, estemos tranquilos que toda adquisición o contratación del gobierno federal estará centralizado en la Secretaría de Hacienda, bajo el resguardo de gente honorable. Y así en otros temas.
Pero si nuestros afanes estaban encaminados a avanzar una agenda de rendición de cuentas. Si nuestras preocupaciones estaban centradas en hacer funcional nuestro federalismo por la vía de un replanteamiento del pacto federal, de la definición de responsabilidades, de generar contrapesos efectivos a los detentadores de poder en cada ámbito de gobierno, tendremos que aguardar otro momento. No parece estar en la agenda del próximo gobierno.
Hace seis años, cuando el hoy presidente en funciones era el presidente electo y dejaba ver en su proyecto un ánimo recentralizador, un amigo, avezado analista político, me decía: se necesita recentralizar el poder primero, para plantear una descentralización ordenada después. Algo así como echar el tiempo atrás, recoger el tiradero y volver a comenzar. Y en el segundo intento hacerlo bien. Y así nos fue.
Pienso que el nuevo gobierno puede ser muy efectivo en la consecución de sus metas. La pregunta es cuáles son. Cuál es el horizonte de sus aspiraciones. Porque a diferencia de otros gobernantes, pienso que López Obrador buscó el poder para servir y no servirse de él. Pienso que puede ser muy efectivo en cumplir con lo prometido. Pero la manera en que lo haga será definitoria de nuestro futuro. Si es por la vía de la recentralización del poder corremos el riego de que nos regrese al punto de partida. Aquellos tiempos cuando las batallas se centraban en desestructurar un poder hegemónico que acabó abusando de la población.